miércoles, 22 de septiembre de 2010

La Casona de Valparaiso

Francisco tenía 5 años cuando se mudaron a esa enorme casa, aunque él nunca lo mencionará por el resto de su vida, siempre recordó el miedo que sintió cuando tuvo que cruzar la antigua puerta de madera de aquella casona de Valparaiso.

Como el menor de tres hermanos, Francisco estaba expuesto a los regaloneos de su madre y a las burlas de su hermano mayor, ambas cosas lo hacían sentir débil, pero la profunda admiración que Francisco sentía por su padre, un Marino de alto rango de mirada seria pero sonrisa cariñosa, lo motivaban constantemente a desafiar sus debilidades y ha ocultar todo lo posible sus miedos.

Rara vez, los adultos le preguntarían sus impresiones a un niño de cinco años sobre la casa donde han decidido vivir, por lo que Francisco no tubo más opción que aguantarse ese espanto que le recogía la espalda.

Los hermanos de Francisco eran niños normales para sus respectivas edades, Carola, la mayor de 11 años, se sentía casi una adolescente, por lo que solo le preocupaba mantenerse al día con el ídolo de moda y pensar en la mejor impresión posible para ser la más popular del nuevo colegio al cual tenía que entrar. Oscar, de 9 años, jugaba a todo los tipos de roles súper heroicos posibles, también le gustaba a veces, ser algún súper villano, era en estas etapas cuando su víctima predilecta, pasaba a ser su hermano menor.

Francisco, dividía su tiempo en admirar a su hermano, deseando con toda el alma ser tan grande y rudo como él y acompañar a su madre en los múltiples trámites que implicaba el mudarse, ya por tercera vez a su corta edad, a una ciudad distinta. Generalmente, las estancias solían duran 2 a tres años, gracias a las distintas asignaciones que se le otorgaban al padre de Francisco.

Pero cuando se mudaron a esa casona, los trámites consistieron principalmente en sacar el olor a humedad y limpiar todas las habitaciones del enorme lugar. Carola aceptó ayudar solo por que su madre, en una maniobra muy inteligente, le planteó que si la casa estaba en condiciones, ella podría invitar a sus nuevas amigas a conocerla, Oscar aceptó por que pensó que podía encontrar una serie de objetos antiguos y siniestros, y Francisco no tenía problemas en ayudar en lo que pudiera, mientras no se alejara de su madre más de un par de metros.

Si bien Francisco se había sentido incómodo desde que había visto esa casa a lo lejos cuando caminaba por primera vez hacia ella, identificó el momento en que ... "Empezó todo". Y eso fue cuando Oscar entró a la habitación del fondo.

Francisco vio a su hermano forcejeando con la puerta y fue a decirle a su mamá que si estaba bien que hiciera eso. Después de echar una mirada, la madre decidió que si Oscar lograba entrar, se merecía de premio lo que estuviese ahí.

Cuando escucharon el grito de triunfo de Oscar por haber abierto la puerta, Francisco y su madre estaban en la cocina, ella acomodaba cosas que habían comprado el día anterior en las distintas gavetas existentes en el lugar y le pidió a su hijo menor, que le llevara la escoba nueva a Oscar, para que barriera la habitación que había descubierto.

Cuando Francisco se acercaba a la habitación del fondo, vio que una silueta se movía en su interior, aunque se inquietó, asumió rápidamente que se trataba de su hermano revoloteando en el interior del lugar, pero cuando llegó al dintel de la puerta, simplemente se paralizó de terror.

La habitación dejaba entrar algunos rayos de luz del día por las orillas de cortinas de madera en mal estado, esta luz iluminaba a Oscar, que estaba en cuclillas dando la espalda a Francisco, al parecer abriendo un tipo de caja que había encontrado en el suelo. Agachado como estaba, Oscar no era capaz de ver las dos sombras enormes que se proyectaban en las paredes y que estiraban sus manos hacia él. Francisco quizo gritar, pero su cuello se cerró por el miedo y solo gesticuló un agudo y corto chillido.

Oscar se dio vuelta y vio a su hermano más pálido de lo normal, con la escoba en la mano y mirando aterrado hacia la pared.

- ¡Pailón, me asustaste! – dijo Oscar – pásame la escoba que encontré muchas telas de araña por acá – agregó arrancando la escoba de las manos de Francisco.

Aunque Oscar jamás lo comentó, él también vio por el rabillo de los ojos, que algo se escabullía hacia la luz, pero siempre pensó que había sido solo el viento moviendo alguna rama del patio. Aún así, rápidamente abrió las cortinas de madera para que terminara de entrar la luz en la habitación.

La caja que Oscar miraba, era una lata de galletas, al parecer muy antigua, que en su interior guardaba cartas, fotos muy viejas y un lindo medallón de plata, que Carola reclamó como suyo. Pero la madre de los niños informó que trataría de hacer llegar la caja, con todo su contenido, a los antiguos dueños de la casa, por lo que Carola podría quedarse con el medallón en calidad de préstamo, mientras su madre lograba ubicar una dirección donde mandar la caja.

Francisco estaba particularmente interesado en las fotos, ya que en una de ellas, quizás la más estropeada de todas, se retrataba a 2 personas mirando fijamente la luz de una vela, en una posición muy similar a como las 2 sombras se parecían acercar a su hermano mayor. Por supuesto, desde ese día, Francisco hizo de todo para evitar acercarse a esa habitación.

El problema fueron las pesadillas, Francisco soñaba todas las noches con sombras que entraban a su dormitorio y se sentaban en la orilla de su cama, el trataba de moverse o espantarlas, pero su cuerpo se paralizaba y no le salía la voz. Cuando trataba de no dormir, entraba en un estado intermedio, donde los ruidos se multiplicaban en volumen y cantidad, cada paso, cada mosca revoloteando, era algo que podía sentir y que le daba miedo.

El espanto era tal, que muy a su pesar preguntó en la mesa, con toda su familia, si alguien más estaba sintiendo fantasmas. A su edad la palabra sonaba terrible, su padre lo miró con preocupación, su madre no entendió bien y sus hermanos se mataron de la risa.

- Esas cosas no existen Francisco – explicó el padre – las personas que se mueren se van al cielo y no se quedan a molestar a nadie. Y aunque existieran, no nos pueden hacer daño a nosotros los vivos, así que puedes estar tranquilo.

- Yo los veo todas las noches – dijo Oscar muy serio – ¡te quieren llevar esta noche! Jajaja.

- ¡No digas esas cosas! – gritó Francisco asustado.

- ¡Basta! – cortó el padre de los niños – no molesten a su hermano, solo empeoran las cosas – luego miró a Francisco y le dijo – cualquier cosa que te de miedo, nos puedes contar, veremos que hacemos al respecto, pero te aseguro que los fantasmas no existen.

Aún cuando las palabras de su padre lo dejaron un poco más tranquilo, Francisco no podía dejar de “sentir” cosas, pequeños gruñidos de la madera, brisas extrañas que le entraban por el cuello de la camisa y sobre todo sombras, sutiles, vagas e incómodas a las que parecía gustarles esconderse detrás de cada puerta.

Ese fin de semana, la madre de Francisco había tenido que viajar a ver a una familiar enferma, por lo que los niños se quedaron solo con su padre en la casa, la noche era un poco fría y Francisco tenía, otra vez, problemas para quedarse dormido. Lamentáblemente a los ruidos por el viento, el frío y la certeza de que su madre estaba demasiado lejos como para ayudarlo en cualquier situación, hicieron que Francisco comenzara a llorar de miedo.

En medio de todo, le dieron ganas de orinar, aún cuando lo había echo antes de dormir. Si bien era un niño pequeño, Francisco no se permitía tener accidentes, las burlas de su hermano habrían sido terribles, además no quería ser tratado como un bebé. Así que se levantó, prendió la lámpara del velador y caminó hacia la puerta de su habitación.

Pensó en llamar a su padre, pero para llegar a su puerta tendría que golpear y su hermano podría despertarse. El baño más cercano estaba a mitad del pasillo, solo se acercaría 5 pasos a la puerta del fondo, no era tanto y podía hacerlo con rapidez.

El viento azotaba el techo, parecía que miles de ramas acariciaban las latas produciendo un extraño frufrú, Francisco tomó aire y corrió los 2 metros que lo separaban de la puerta del baño y trató de abrir la puerta, pero sus deditos se resbalaban y la manija no se movía. El ruido de pasos lo hizo mirar instintivamente hacia donde se había esmerado en no mirar, la puerta del fondo y entonces vio las sombras.

Salían de la puerta que por alguna razón estaba abierta, cada sombra recorría una pared distinta y lentamente se acercaban hacia donde estaba Francisco, que seguía tratando de abrir la puerta del baño, pensó que si prendía la luz, las sombras se tenían que ir. Trató de gritar pero no le salía la voz y las manos le sudaban, ya ni siquiera recordaba el por qué tenía que ir al baño.

Cuando la sombra que se movía por la pared donde estaba la puerta del baño, se acercó a menos de medio metro de donde estaba Francisco, se escuchó un extraño gruñido, algo que parecía animal y gutural a la vez, el niño nunca escuchó nada parecido en toda su vida. Sea lo que fuese, el gruñido le soltó la voz a Francisco que por fin pudo gritar con todas sus fuerzas.

La sombra se acercaba, lo iba a tocar, faltaban pocos centímetros y Francisco gritaba a todo pulmón sin poder despegar sus manos de la manilla.

Entonces sintió el abrazo por detrás, era su padre que lo levantaba y lo abrazaba, Francisco se aferró con todas sus fuerzas, en forma casi mágica, el hombre abrió las puertas y prendió las luces y miró fijamente hacia el pasillo.

Francisco seguía llorando y gritando, sus hermanos también llegaron en ese momento y se aferraron a la cintura de su padre, todos juntos se fueron a la cama del matrimonio y pasaron la noche ahí.

Todos escucharon el gruñido y todos vieron a las sombras que se acercaban al pequeño Francisco.

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