sábado, 11 de septiembre de 2010

EL PASAJERO

Vicente acababa de recibir el taxi con el cual pensaba sacar adelante a su familia, estaba contento y deseó con tondo su corazón, que el vehículo le permitiese mantener a su esposa y a sus 4 hijos de la manera que el creía que correspondía. No se trataba de lujos, pero como el hombre responsable que era, sentía que era su obligación que su familia no solo tuviera todo lo que necesitaba, si no que además pudiese disfrutar de la vida sin mayores problemas.

Mercedes, una mujer hermosa, era una rara combinación, por un lado podía parecer superficial, ya que siempre se preocupaba de su apariencia y se la veía siempre divina. Pero por otro lado era una mujer esforzada que si lucía algo, era por que se lo había ganado a pulso. Sin embargo, 4 niños (todos hombres), inquietos y algo desordenados, la ocupaban por completo.

Vicente, siempre trabajador, fue empleado de una tienda de ropa, su trato caballeroso y su buen gusto, le habían abierto un espacio. Si bien todo el mundo lo apreciaba, el sueldo por comisiones no siempre era suficiente, algunos de sus compañeros solían comentar que, con excepción de la herencia multimillonaria, Vicente sería candidato perfecto a un caballero ingles.

Por lo que tomó la decisión de independizarse y junto a unos ahorros, más un préstamo, logró dar el pie para el vehículo que tenía al frente, listo para la primera carrera y para empezar a producir.

La rutina de viaje no era particularmente complicada, Concepción no es una ciudad muy grande, el centro es pequeño, y las rutas mas o menos rectas, un par de vueltas y unos cuantos pasajeros subieron y bajaron con alguna regularidad.

“Todo empieza bien”, pensaba Vicente, mientras perdía el nerviosismo habitual.
Ya tarde, estaba a punto de girar por una calle para encaminarse a su hogar cuando un hombre alto de abrigo levanto su mano para detenerle.

“Una última carrera antes de descansar” pensó y se detuvo junto al hombre.
“Buenas noches” escuchó Vicente sin verle con claridad la cara al pasajero.
“Buenas noches”, respondió sintiéndose algo nervioso sin saber por que.

“Siga por la calle principal, hasta el final” dijo el hombre, aunque Vicente nunca le vio la boca por el espejo retrovisor. Sin embargo estaban al inicio de la calle principal, llegar hasta el final seria un largo recorrido, lo cual lo animó un poco, más nunca dejo de sentirse nervioso.
“Bonito auto” escuchó Vicente.
“Gracias, es nuevo, hoy me lo entregaron”.
“Ahh, un buen comienzo entonces” escuchó Vicente, ¿era su idea o el tipo no movía los labios?
“Si es un buen comienzo”, contestó Vicente.
“¿Y le gustaría que eso siguiera así?” dijo el tipo, esta vez Vicente vio con claridad que el hombre no movió los labios para hablar, entonces, solo entonces, se fijó en sus ojos.

Uno de los ojos que veía por el retrovisor, era de un rojo infernal que le puso los pelos de punta, comenzó a sudar, le dolía la cabeza y se esforzó para no perder el control del vehículo.

No podía ser, era imposible, fue un reflejo, como el de las fotos, tal vez un semáforo o un disco pare se proyectó y el cansancio hicieron el resto.

“¿Le gustaría que le fuera muy bien?” volvió a decir el hombre sin mover los labios.
Vicente miraba al frente, no quería ver, no podía moverse, pero algo lo hizo mirar el espejo otra vez. Entonces vio el ojo rojo y vio que la boca del hombre se movía en una sonrisa que le detuvo el corazón.

Vicente se vio a si mismo en una casa grandiosa, vio a su mujer con joyas y vestidos caros, y vio a sus hijos felices jugando con muchas cosas caras, y vio una flota de vehículos que trabajaban para él. Vicente vio abundancia, luego vio opulencia, luego se vio a si mismo frente a un espejo… y un ojo rojo brillaba en él.

Vicente estaba en su taxi, había avanzado varias calles sin darse cuenta, y el hombre seguía sonriendo por el espejo retrovisor. Vicente se detuvo rápidamente.

“Baje”, dijo Vicente con toda la firmeza que pudo reunir.
“¿No quiere llegar hasta el final?” preguntó el hombre sin hablar.
“No, quiero que se vaya ahora” dijo Vicente.
“Está bien” dijo el hombre que ya no sonreía “pero todas las decisiones tienen consecuencias” agregó.

“Lo se, es por eso que no lo quiero en mi auto, baje ahora”.
El hombre volvió a sonreír, pero Vicente notó cierta ira en la sonrisa. Luego no fue necesario abrir o cerrar la puerta, el hombre ya no estaba.

Vicente llegó a su casa y no pudo dormir bien en mas de una semana.

A los pocos días, el auto presentó problemas mecánicos, luego problemas eléctricos, de neumáticos y otras cosas, los pocos días que funcionaba bien, Vicente paseaba por las calles de la ciudad como un fantasma, la gente no parecía verlo, paraban a los autos que estaban a su lado pero a él nunca.

El vehículo terminó en un cementerio de autos, las partes que se vendieron como repuestos siempre le dieron problemas a sus nuevos dueños.

Los hijos de Vicente crecieron felices y saludables, se casaron y llenaron a su padre de nietos. Vicente siguió trabajando tranquilo pero con esfuerzo durante muchos años y hoy disfruta de la tranquilidad y de la compañía de su esposa y familia.

Cada vez que se miraba al espejo, sonreía con satisfacción… no por vanidad, si no por paz.

2 comentarios:

  1. el cuco!!!!!!!!!! oye me gusto el cuento esta re bueno... me recordo a los cuentos de campo cuando te se aparece el "diaulo" evidentemente este es mas urbano

    felicidades olea

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  2. Leí todos los cuentos, me gustó. No pares de escribir.

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