lunes, 22 de noviembre de 2010

La Última Reunión

Audilia se levantaba todos los días a las seis de la mañana, prendía fuego en su estufa a leña, ordenaba sus cosas y saludaba a los fantasmas que la pasaran a visitar.

Salvo contadas excepciones, esta era la rutina mañanera de Audilia durante los últimos 40 años, casi desde que su primera nieta aprendió a caminar. No importaba el clima, no importaba como se sintiera, ni quien la acompañaba. Simplemente sus ojos se abrían cada mañana y comenzaba con su rutina.

Le sorprendió una mañana encontrar que solo tuvo que saludar a un fantasma, según lo que me contó más tarde, era un viejito de varios siglos de edad, que se había vuelto fanático del aroma al café de trigo, que Audilia tenía siempre listo para hervir a un lado de la estufa. Una vez el anciano había suspirado largamente al lado del café de trigo, le contó que la falta de visitantes se debía al nacimiento de un nuevo miembro de la familia.

Mi Abuelita…¿les comenté que hablo de mi abuela materna?… en fin, Audilia sabía casi desde que nació que los espíritus que la visitaban habían sido sus ancestros o serían en el futuro algún descendiente, y que solían reunirse todos cuando alguno de ellos estaba a punto de encarnar.

- Ojala sea hombre - dijo Audilia - las niñitas sufren tanto -.

Este machismo horroroso de mi abuela se debe principalmente a que durante toda su vida vio como los hombres podían cometer graves errores que luego son perdonados por la sociedad, mientras que las mujeres pagaban muy caro cualquier tipo de indiscreción, al punto que algunas simplemente se perdían. Esta era una realidad tan indiscutible, que mi abuela terminó creyendo que así no más tenían que ser las cosas.

El anciano le explicó que todos habían ido a la encarnación, muy entusiasmados pero que él prefería revolotear sobre el vapor del café de trigo.

Cuando sonó el teléfono Audilia contestó mientras veía con el rabillo del ojo como el anciano se desvanecía oliendo el café. Durante la conversación con su hija que vivía en Puerto Montt, muy lejos al sur, mi abuela no dejaba de pensar que quizás en donde estaría encarnando un nuevo pariente, rodeado de tantos espíritus.

- Quizás de que semilla perdida viene este pariente - dijo en voz alta.
- ¿Qué cosa mamá? - preguntó mi tía al teléfono.
- Nada hijita - exclamo mi abuela, nerviosa por la metida de pata, para luego recuperarse y usar su tono de voz más manipulador - dime hija ¿me volverás a visitar antes de que me muera?

Mi querida Abuelita Audilia es todo, menos moribunda, cada vez que quiere conseguir algo, pone voz lastimera y dice “¿iré a tener tal cosa antes de morirme?”.

Les daré algunas frases como ejemplo, que ha usado, sobre todo con mi mamá:

- “Hijita, será que conoceré el Santuario de los Andes antes de morirme”.
- “Iré a tener una cocina nueva antes de morirme”.
- “Será que podré comer un asadito de pavo antes de morirme”.

Etc etc, estas palabras mágicas son más que suficientes como para que tanto mi mamá, como el resto de la familia, se ponga en acción para cumplirle todos sus caprichos.

Después de terminar la larga lista de quejas que tenía, sobre sus huesos, su salud, su abastecimiento, la falta de leña y lo caro que estaba todo, mi abuela le dijo finalmente a mi tía que en realidad estaba de lo más bien, así que mejor no se preocupara. Luego de asegurarse de que no había ningún fantasma intruso mirando, fue a ducharse para comenzar por fin ese día, que prometía ser de lo más cotidiano.

Pero no sería así.

Si bien la mañana transcurrió rápida y monótona como le solía pasar habitualmente, durante el almuerzo, mi abuela volvió a ver al anciano que olía el café de trigo y que le informó de una reunión de urgencia donde no solo llegarían familiares y que tendría como ubicación su propia cocina.

La situación complicó a mi abuela enormemente, ¿Qué le sirves a un montón de espíritus? Mi abuela, que siempre ha sido una gran anfitriona, decidió que ya que los espíritus no comían, pero si podían atravesar olores para sentirlos, cocinaría varias cosas, en pequeñas cantidades sobre la cocina a leña, para que los incorpóreos visitantes degustaran a discreción.

- Tal vez prefieran que yo no esté presente - dijo mi abuela al anciano sobre el vapor de café - pero si no vigilo las cosas de la cocina, solo sentirán olor a quemado -.
- Mejor te quedas - dijo el anciano - además, te preguntaremos algo importante -.

Eso si que era una sorpresa, acostumbrada desde niña a ver gente flotando por todos lados, aprendió de una cachetada que recibió de su patrona a los 10 años, que no debía señalar ni con el dedo ni con la mirada la presencia de los fantasmas, y de estos, aprendió a escuchar lo que decían entre ellos y de vez en cuando recibía sus anuncios y advertencias, pero, en sus 87 años de vida, nunca, nunca le habían preguntado nada a ella.

- ¿Preguntarme a mi? - dijo con asombro Audilia.
- Bueno, más que preguntar, queremos que nos ayudes a tomar una decisión - dijo el anciano que luego se desvaneció.

Nuevamente sola, mi Abuela se detuvo a pensar en la poca información con la que contaba para el evento que venía, puso varias ollas sobre la cocina, una con café de trigo, ya que sospechaba que el anciano no era el único fanático de ese aroma, en otra preparó sopa de pollo, en otra puso a cocer un trozo de carne, puso a calentar leche y preparó un poco de masa para freír y otro pedazo de masa lo tiró dentro del horno. Colocó 3 de sus fragantes rosas en un jarrón al lado de la virgen que estaba en el rincón y ordenó lo que pudo deseando que no llegara ninguno de sus parientes vivos a interrumpirla, ya que no con todos compartía los detalles relacionados con los fantasmas.

Poco a poco, fueron apareciendo las visitas, de distinta forma, los más glotones se aparecieron directamente sobre los vapores de comida, otros atravesaron las paredes y saludaron a mi abuela con respeto y agradecimiento. La mamá de mi abuela, mi bisabuela Domitila, llegó directamente a colocarse sobre la virgen del rincón, para impregnarse del dulce aroma de las rosas de su hija. Mi abuela estaba contenta de ver a su mamá otra vez, que desde que murió la visitaba cada varios meses, y se extrañó de que no le pidiera un informe detallado de cómo les estaba yendo a sus locos descendientes. Observando con cuidado mi abuela vio que su madre llegaba muy orgullosa y que el puesto sobre la virgen del rincón era algo así como un asiento de honor.

Otra de las sorpresas fue la llegada de Yolanda, comadre de mi abuela y madrina de matrimonio de mi mamá, que si bien no era familiar sanguíneo, no quiso perder al oportunidad de saludar a su amiga de años.

- Comadre - le dijo Yolanda - ¡ni le digo lo que se está cocinando! -.
- Comadre, me hubiesen avisado que venía - contestó mi abuela - habría puesto lentejas a coser, para que sintiera el olor -.
- Mejor se fumaba un cigarrito comadre - suspiró Yolanda con nostalgia.
- No comadrita, mire que aún ocupo mis pulmones.

Cuando todos hubieron llegado, una de las de apariencia más joven se adelantó a hablar, era una mujer mapuche que fue asesinada por los españoles en la época de la conquista y por lo que mi abuela sabía de ella, en vida también veía a los fantasmas.

- Estamos acá para anunciar un pronto nacimiento en la familia, este nacimiento es importante por que a esta niña, si es una mujer, tendrá importantes decisiones que tomar -.

Mi abuela pestañó un par de veces, tal vez esperando que la joven mapuche (joven en apariencia nada más), le dijera algo más.

- Esto tiene que ver con su familia comadre - le dijo Yolanda.
- ¿Mi familia? ¿Voy a tener otra bisnieta? - preguntó mi abuela.
- Si - dijo la mujer mapuche - pero eso no es todo -.
- Hija - dijo mi bisabuela - cada varias generaciones en nuestra línea de sangre, nace alguien que tiene que tomar importantes decisiones que afectarán a varias familias cercanas.

Mi abuela había aprendido con los años que la palabra familia abarcaba mucha más gente de lo que se creía en forma habitual, que prácticamente todo el mundo era en parte familia, así que el término “varias familias cercanas” podía implicar a miles de personas.

- Nuestra línea de sangre - dijo mi bisabuela, más para el resto de las visitas que para su hija - transporta varios dones que vienen de la madre tierra y los reparte entre nuestros descendientes -.

Mi abuela , se dio cuenta que su madre estaba más pregonando de orgullo que de afán informativo, lo que le dio mucha risa, ya que pocas veces se ve a un fantasma haciendo alardes de grandeza.

- Ver y hablar con los espíritus, llamar al viento o la lluvia, la predicción, la interpretación de los símbolos, la sanación y cocinar, son características que los integrantes de mi línea de sangre han tenido desde mucho antes de la muerte de Millantun - dijo mi abuela señalando a la mujer mapuche.

- Audilia, tú bisnieta tendrá alguna de estas capacidades, pero estamos acá para pedirte algo que tienes que entregar voluntariamente a tú bisnieta - dijo Millantun.
- No entiendo, ¿Qué quieren que entregue? - preguntó asustada mi abuela.
- Creemos que sería bueno para ella que nos pudiera ver y hablar - dijo Millantun - de los vivos de tu línea, eres la única con el don completo (otros solo tienen sensaciones parciales), y a tu bisnieta no le corresponde tenerlo a no ser que tú renuncies a tú capacidad -.

- ¿Y cuando tendría que hacerlo? - .
- Ahora - dijo mi bisabuela - tendría que ser ahora, en el caso de que decidas hacerlo.
- No es obligación - dijo el anciano sobre el café de trigo - es más, algunos no estamos de acuerdo del todo con la situación -.
- ¿Por qué? - .
- Bueno - agregó el anciano - la última vez que pusimos demasiados huevos en una canasta, las cosas no salieron como las teníamos planeadas - varias miradas se dirigieron a Millantun.
- Audilia - dijo la mujer mapuche - tener grandes decisiones que tomar implica tener que hacer grandes sacrificios, pero hacerlos vale la pena, yo se porque te lo digo -.

- Hija - dijo mi bisabuela - tú puedes pasar tu capacidad en vida, porque tú bisnieta nacerá de una mujer que nació de una mujer que nació de ti, si ella no llegara a tener descendencia habrá que esperar varias generaciones para que nazca otro familiar con el dón completo.
- Creemos que ella podrá enfrentar mejor las cosas con nuestra experiencia - dijo Millantun.
- Tú no podrás vernos nunca más - dijo el anciano del café - lo que entregas lo pierdes para siempre.

Mi abuela no había pensado en eso, no verlos nunca más, perder el contacto con sus antecesores, su pequeño secreto que la hacía sentir especial se perdería, las conversaciones, las advertencias. Estuvo a punto de decir que no, hasta que vio la foto de Lucía.

Lucía una de sus nietas, su favorita, una mujer fuerte que contrariamente al machismo de mi abuela, había conquistado su corazón y le había dado ya 2 bisnietos. Lucía no era de las más dotadas con capacidades raras en la familia, pero su fuerza y determinación la hacían un pilar fundamental para todos, aún hoy.

“Nace de una mujer que nació de una mujer que nació de ti”.

- ¿Lucía tendrá otra hija? - preguntó a Millantun.
- No, es de otra de tus nietas - contestó la mujer mapuche.
- No importa, lo haré, mientras más fuerte sea mejor, las niñas sufren tanto -.

Mi bisabuela se levanto de su puesto de honor y se acercó a su hija.
- Echaré de menos nuestras charlas - dijo - pero vendré de ves en cuando a mirarte, estaré sobre la virgen del rincón.

Todos los fantasmas hicieron gestos de despedida, Yolanda mandó saludos al nieto de su corazón, mientras el anciano, algo molesto, revoloteaba sobre el vapor de café. Millantun se acercó a mi abuela y le dijo.

- Gracias, tatara, tatara, tarata nieta, cierra tus y di en voz alta, “entrego mi regalo y mi amor a aquella que vendrá”.

Mi abuela memorizó la frase, miró a todos alrededor y cerró lo ojos.

- Entrego mi regalo y mi amor a aquella que vendrá -.

Durante unos segundos esperó a que pasara algo, luego abrió los ojos y miro a su alrededor.

Estaba completamente sola.

Cuando se enteró de que su nieta Natalia estaba embarazada, mi abuela me contó esta historia.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La Casona de Valparaiso

Francisco tenía 5 años cuando se mudaron a esa enorme casa, aunque él nunca lo mencionará por el resto de su vida, siempre recordó el miedo que sintió cuando tuvo que cruzar la antigua puerta de madera de aquella casona de Valparaiso.

Como el menor de tres hermanos, Francisco estaba expuesto a los regaloneos de su madre y a las burlas de su hermano mayor, ambas cosas lo hacían sentir débil, pero la profunda admiración que Francisco sentía por su padre, un Marino de alto rango de mirada seria pero sonrisa cariñosa, lo motivaban constantemente a desafiar sus debilidades y ha ocultar todo lo posible sus miedos.

Rara vez, los adultos le preguntarían sus impresiones a un niño de cinco años sobre la casa donde han decidido vivir, por lo que Francisco no tubo más opción que aguantarse ese espanto que le recogía la espalda.

Los hermanos de Francisco eran niños normales para sus respectivas edades, Carola, la mayor de 11 años, se sentía casi una adolescente, por lo que solo le preocupaba mantenerse al día con el ídolo de moda y pensar en la mejor impresión posible para ser la más popular del nuevo colegio al cual tenía que entrar. Oscar, de 9 años, jugaba a todo los tipos de roles súper heroicos posibles, también le gustaba a veces, ser algún súper villano, era en estas etapas cuando su víctima predilecta, pasaba a ser su hermano menor.

Francisco, dividía su tiempo en admirar a su hermano, deseando con toda el alma ser tan grande y rudo como él y acompañar a su madre en los múltiples trámites que implicaba el mudarse, ya por tercera vez a su corta edad, a una ciudad distinta. Generalmente, las estancias solían duran 2 a tres años, gracias a las distintas asignaciones que se le otorgaban al padre de Francisco.

Pero cuando se mudaron a esa casona, los trámites consistieron principalmente en sacar el olor a humedad y limpiar todas las habitaciones del enorme lugar. Carola aceptó ayudar solo por que su madre, en una maniobra muy inteligente, le planteó que si la casa estaba en condiciones, ella podría invitar a sus nuevas amigas a conocerla, Oscar aceptó por que pensó que podía encontrar una serie de objetos antiguos y siniestros, y Francisco no tenía problemas en ayudar en lo que pudiera, mientras no se alejara de su madre más de un par de metros.

Si bien Francisco se había sentido incómodo desde que había visto esa casa a lo lejos cuando caminaba por primera vez hacia ella, identificó el momento en que ... "Empezó todo". Y eso fue cuando Oscar entró a la habitación del fondo.

Francisco vio a su hermano forcejeando con la puerta y fue a decirle a su mamá que si estaba bien que hiciera eso. Después de echar una mirada, la madre decidió que si Oscar lograba entrar, se merecía de premio lo que estuviese ahí.

Cuando escucharon el grito de triunfo de Oscar por haber abierto la puerta, Francisco y su madre estaban en la cocina, ella acomodaba cosas que habían comprado el día anterior en las distintas gavetas existentes en el lugar y le pidió a su hijo menor, que le llevara la escoba nueva a Oscar, para que barriera la habitación que había descubierto.

Cuando Francisco se acercaba a la habitación del fondo, vio que una silueta se movía en su interior, aunque se inquietó, asumió rápidamente que se trataba de su hermano revoloteando en el interior del lugar, pero cuando llegó al dintel de la puerta, simplemente se paralizó de terror.

La habitación dejaba entrar algunos rayos de luz del día por las orillas de cortinas de madera en mal estado, esta luz iluminaba a Oscar, que estaba en cuclillas dando la espalda a Francisco, al parecer abriendo un tipo de caja que había encontrado en el suelo. Agachado como estaba, Oscar no era capaz de ver las dos sombras enormes que se proyectaban en las paredes y que estiraban sus manos hacia él. Francisco quizo gritar, pero su cuello se cerró por el miedo y solo gesticuló un agudo y corto chillido.

Oscar se dio vuelta y vio a su hermano más pálido de lo normal, con la escoba en la mano y mirando aterrado hacia la pared.

- ¡Pailón, me asustaste! – dijo Oscar – pásame la escoba que encontré muchas telas de araña por acá – agregó arrancando la escoba de las manos de Francisco.

Aunque Oscar jamás lo comentó, él también vio por el rabillo de los ojos, que algo se escabullía hacia la luz, pero siempre pensó que había sido solo el viento moviendo alguna rama del patio. Aún así, rápidamente abrió las cortinas de madera para que terminara de entrar la luz en la habitación.

La caja que Oscar miraba, era una lata de galletas, al parecer muy antigua, que en su interior guardaba cartas, fotos muy viejas y un lindo medallón de plata, que Carola reclamó como suyo. Pero la madre de los niños informó que trataría de hacer llegar la caja, con todo su contenido, a los antiguos dueños de la casa, por lo que Carola podría quedarse con el medallón en calidad de préstamo, mientras su madre lograba ubicar una dirección donde mandar la caja.

Francisco estaba particularmente interesado en las fotos, ya que en una de ellas, quizás la más estropeada de todas, se retrataba a 2 personas mirando fijamente la luz de una vela, en una posición muy similar a como las 2 sombras se parecían acercar a su hermano mayor. Por supuesto, desde ese día, Francisco hizo de todo para evitar acercarse a esa habitación.

El problema fueron las pesadillas, Francisco soñaba todas las noches con sombras que entraban a su dormitorio y se sentaban en la orilla de su cama, el trataba de moverse o espantarlas, pero su cuerpo se paralizaba y no le salía la voz. Cuando trataba de no dormir, entraba en un estado intermedio, donde los ruidos se multiplicaban en volumen y cantidad, cada paso, cada mosca revoloteando, era algo que podía sentir y que le daba miedo.

El espanto era tal, que muy a su pesar preguntó en la mesa, con toda su familia, si alguien más estaba sintiendo fantasmas. A su edad la palabra sonaba terrible, su padre lo miró con preocupación, su madre no entendió bien y sus hermanos se mataron de la risa.

- Esas cosas no existen Francisco – explicó el padre – las personas que se mueren se van al cielo y no se quedan a molestar a nadie. Y aunque existieran, no nos pueden hacer daño a nosotros los vivos, así que puedes estar tranquilo.

- Yo los veo todas las noches – dijo Oscar muy serio – ¡te quieren llevar esta noche! Jajaja.

- ¡No digas esas cosas! – gritó Francisco asustado.

- ¡Basta! – cortó el padre de los niños – no molesten a su hermano, solo empeoran las cosas – luego miró a Francisco y le dijo – cualquier cosa que te de miedo, nos puedes contar, veremos que hacemos al respecto, pero te aseguro que los fantasmas no existen.

Aún cuando las palabras de su padre lo dejaron un poco más tranquilo, Francisco no podía dejar de “sentir” cosas, pequeños gruñidos de la madera, brisas extrañas que le entraban por el cuello de la camisa y sobre todo sombras, sutiles, vagas e incómodas a las que parecía gustarles esconderse detrás de cada puerta.

Ese fin de semana, la madre de Francisco había tenido que viajar a ver a una familiar enferma, por lo que los niños se quedaron solo con su padre en la casa, la noche era un poco fría y Francisco tenía, otra vez, problemas para quedarse dormido. Lamentáblemente a los ruidos por el viento, el frío y la certeza de que su madre estaba demasiado lejos como para ayudarlo en cualquier situación, hicieron que Francisco comenzara a llorar de miedo.

En medio de todo, le dieron ganas de orinar, aún cuando lo había echo antes de dormir. Si bien era un niño pequeño, Francisco no se permitía tener accidentes, las burlas de su hermano habrían sido terribles, además no quería ser tratado como un bebé. Así que se levantó, prendió la lámpara del velador y caminó hacia la puerta de su habitación.

Pensó en llamar a su padre, pero para llegar a su puerta tendría que golpear y su hermano podría despertarse. El baño más cercano estaba a mitad del pasillo, solo se acercaría 5 pasos a la puerta del fondo, no era tanto y podía hacerlo con rapidez.

El viento azotaba el techo, parecía que miles de ramas acariciaban las latas produciendo un extraño frufrú, Francisco tomó aire y corrió los 2 metros que lo separaban de la puerta del baño y trató de abrir la puerta, pero sus deditos se resbalaban y la manija no se movía. El ruido de pasos lo hizo mirar instintivamente hacia donde se había esmerado en no mirar, la puerta del fondo y entonces vio las sombras.

Salían de la puerta que por alguna razón estaba abierta, cada sombra recorría una pared distinta y lentamente se acercaban hacia donde estaba Francisco, que seguía tratando de abrir la puerta del baño, pensó que si prendía la luz, las sombras se tenían que ir. Trató de gritar pero no le salía la voz y las manos le sudaban, ya ni siquiera recordaba el por qué tenía que ir al baño.

Cuando la sombra que se movía por la pared donde estaba la puerta del baño, se acercó a menos de medio metro de donde estaba Francisco, se escuchó un extraño gruñido, algo que parecía animal y gutural a la vez, el niño nunca escuchó nada parecido en toda su vida. Sea lo que fuese, el gruñido le soltó la voz a Francisco que por fin pudo gritar con todas sus fuerzas.

La sombra se acercaba, lo iba a tocar, faltaban pocos centímetros y Francisco gritaba a todo pulmón sin poder despegar sus manos de la manilla.

Entonces sintió el abrazo por detrás, era su padre que lo levantaba y lo abrazaba, Francisco se aferró con todas sus fuerzas, en forma casi mágica, el hombre abrió las puertas y prendió las luces y miró fijamente hacia el pasillo.

Francisco seguía llorando y gritando, sus hermanos también llegaron en ese momento y se aferraron a la cintura de su padre, todos juntos se fueron a la cama del matrimonio y pasaron la noche ahí.

Todos escucharon el gruñido y todos vieron a las sombras que se acercaban al pequeño Francisco.

martes, 14 de septiembre de 2010

El Tío Político

Mi tía Francisca, otra hermana de mi madre, a quien conocemos todos por tía Panchi, nos contó esta historia en algunas ocasiones. Cambiaré algunos nombres y detalles para proteger a personas que no son nada inocentes... ya que lo inocentes no tienen nada que ocultar.

Todo había salido bien, el matrimonio, la ceremonia, la fiesta. Aún cuando no había buenos augurios a la unión entre Francisca y Teobaldo. Ambos jóvenes provenían de familias pobres, aunque trabajadoras, la mayoría de las cosas salieron más por esfuerzo de los novios que por el apoyo de sus familias, sobre todos los respectivos suegros, que estaban más ocupados en sus quehaceres personales. Las suegras por otro lado, al no poder ayudar económicamente, ayudaron en quehaceres, preparar cosas, ensaladas, la comida, decoraron la casa de la novia, mientras las hermanas de Francisca ayudaban a la novia a verse maravillosa.

Los malos augurios parecían ser señales no muy claras, la suegra de Francisca, una señora bastante mayor, pero que llegaría a vivir casi 100 años, soñaba viendo a su futura nuera llorando, mientras abrasaba a una pequeña niña. La Rudas de la casa de Francisca se habían secado de una semana para otra, ante el horror de Doña Audilia que adoraba sus plantas. Pero el signo más dramático fue el fallecimiento de un Tío de Teobaldo, lo que hizo que la familia del novio, participara del matrimonio en un parcial luto, que restó entusiasmo durante la fiesta. Aún así, Teobaldo insistió en celebrar la unión en la fecha establecida, él posponerlo resultaba muy complicado, y por otro lado el Tío fallecido, no era uno de sus favoritos, de hecho siempre había sentido cierta distancia de parte de él.

Tres días después, Francisca hacia la cama, aun estaba medio dormida ya que habían sido días de muchos cambios, se había ido de su casa a una media agua que estaba a medio construir en un terreno que le había prestado su mamá, estaba contenta aun cuando extrañaba el alboroto de sus hermanas, a pesar de estar a un par de metros. Había empezado a trabajar y veía con bastante optimismo el futuro y sonrió mientras hacia flotar la sábana en el aire.

Al bajarla una sombra llamó su atención, parecía un hombre o al menos su contorno, giró a la ventana para cerciorarse de que Teobaldo había llegado y la miraba mientras hacia la cama. Pero no era así, la sombra no estaba "una nube" pensó, pero el resto de la mañana sintió que alguien la observaba.

Cuando Teobaldo llegó a almorzar, Francisca olvidó esa rara sensación, estaba tan contenta, sentía que estaba por fin caminando por la vida que quería construir. Es que todo parecía costarle tanto, y si bien ella era y seria siempre una mujer dispuesta a esforzarse, al menos ahora sentía que construía algo para ella, y sobre todo junto a un él que adoraba con todo su corazón.

Las siguientes semanas pasaron sin mayores alteraciones, con excepción de esa idea de que alguien la miraba, sobre todo cuando hacia la cama, al punto que cambió la posición por donde estiraba las sábanas para poder estar mirando la ventana siempre.

Pero esa mañana, volvió a ver la sombra, casi la sintió antes de verla, de hecho fijo la mirada sabiendo que tenia que mirar en esa esquina en ese momento. Al bajar la sábana, la sombra no se perdió como la primera vez, permaneció unos segundos antes de borrarse, Francisca sintió la gota de sudor frió que bajaba por su espalda. Al mirar la sábana se fijó que ésta cayó sobre la cama tan arrugada como si no la hubiese estirado jamás.

Volvió a levantarla, pero con los ojos cerrados, no quería mirar, no lo haría, sintió la sábana flotando, la brisa pequeña que producía el cambio de luz en sus ojos cerrados.

Una mano se afirmó en su espalda y ella lanzó un grito de horror, soltó la sábana y giró con brusquedad, un hombre de unos 50 años la miraba con tristeza, vestía de negro y estaba muy pálido. Era el tío de Teobaldo, lo había visto en la foto durante el funeral, para llevar casi dos meses muerto se veía bastante bien, pálido "seguramente lo le llega el sol donde está", pero bien, "tonta esta muerto, no está bien, o yo no estoy bien si veo a un señor muerto".

"Cuídate hija" dijo el señor sin decir nada, solo con la mirada.

-¿Qué? - preguntó Francisca.

"Cuídate hija, él no es un buen hombre, te va a engañar" miraba el señor.

- No le creo - dijo Francisca con miedo - ¡ NO LE CREO! - agregó con rabia.

"Hoy no llegará a almorzar, y llegará más tarde, empezará a alejarse de ti".

-Está mintiendo - dijo Francisca sintiendo lágrimas en la cara y en el alma.

"Lo sé hija, sé lo que pasa, así como sé que estas embarazada".

-¿Qué?-.

"Todo saldrá bien, a la larga hija, pero ese hombre no es bueno, por eso no lo quería cuando estaba vivo, solo que no lo sabia, ten fuerza, todo saldrá bien a la larga, pero ten Fe".

Y desapareció.

Ese día Teobaldo no llegó a almorzar, y llegó más tarde en la noche, no supo bien por que Francisca estaba tan molesta, asustada y triste a la vez. Meses después supieron que esperaban un hijo, que resulto ser una hermosa niña a la que pusieron Angélica. Poco tiempo después Francisca descubrió que Teobaldo salía con una compañera de trabajo, y lo echo de la casa enseguida. Varios años después Francisca conoció a Ernesto, un joven trabajador y bueno con quien construyó una vida realmente feliz. Teobaldo tuvo tres parejas a quienes engaño siempre.

El tío nunca volvió a aparecer.

sábado, 11 de septiembre de 2010

EL PASAJERO

Vicente acababa de recibir el taxi con el cual pensaba sacar adelante a su familia, estaba contento y deseó con tondo su corazón, que el vehículo le permitiese mantener a su esposa y a sus 4 hijos de la manera que el creía que correspondía. No se trataba de lujos, pero como el hombre responsable que era, sentía que era su obligación que su familia no solo tuviera todo lo que necesitaba, si no que además pudiese disfrutar de la vida sin mayores problemas.

Mercedes, una mujer hermosa, era una rara combinación, por un lado podía parecer superficial, ya que siempre se preocupaba de su apariencia y se la veía siempre divina. Pero por otro lado era una mujer esforzada que si lucía algo, era por que se lo había ganado a pulso. Sin embargo, 4 niños (todos hombres), inquietos y algo desordenados, la ocupaban por completo.

Vicente, siempre trabajador, fue empleado de una tienda de ropa, su trato caballeroso y su buen gusto, le habían abierto un espacio. Si bien todo el mundo lo apreciaba, el sueldo por comisiones no siempre era suficiente, algunos de sus compañeros solían comentar que, con excepción de la herencia multimillonaria, Vicente sería candidato perfecto a un caballero ingles.

Por lo que tomó la decisión de independizarse y junto a unos ahorros, más un préstamo, logró dar el pie para el vehículo que tenía al frente, listo para la primera carrera y para empezar a producir.

La rutina de viaje no era particularmente complicada, Concepción no es una ciudad muy grande, el centro es pequeño, y las rutas mas o menos rectas, un par de vueltas y unos cuantos pasajeros subieron y bajaron con alguna regularidad.

“Todo empieza bien”, pensaba Vicente, mientras perdía el nerviosismo habitual.
Ya tarde, estaba a punto de girar por una calle para encaminarse a su hogar cuando un hombre alto de abrigo levanto su mano para detenerle.

“Una última carrera antes de descansar” pensó y se detuvo junto al hombre.
“Buenas noches” escuchó Vicente sin verle con claridad la cara al pasajero.
“Buenas noches”, respondió sintiéndose algo nervioso sin saber por que.

“Siga por la calle principal, hasta el final” dijo el hombre, aunque Vicente nunca le vio la boca por el espejo retrovisor. Sin embargo estaban al inicio de la calle principal, llegar hasta el final seria un largo recorrido, lo cual lo animó un poco, más nunca dejo de sentirse nervioso.
“Bonito auto” escuchó Vicente.
“Gracias, es nuevo, hoy me lo entregaron”.
“Ahh, un buen comienzo entonces” escuchó Vicente, ¿era su idea o el tipo no movía los labios?
“Si es un buen comienzo”, contestó Vicente.
“¿Y le gustaría que eso siguiera así?” dijo el tipo, esta vez Vicente vio con claridad que el hombre no movió los labios para hablar, entonces, solo entonces, se fijó en sus ojos.

Uno de los ojos que veía por el retrovisor, era de un rojo infernal que le puso los pelos de punta, comenzó a sudar, le dolía la cabeza y se esforzó para no perder el control del vehículo.

No podía ser, era imposible, fue un reflejo, como el de las fotos, tal vez un semáforo o un disco pare se proyectó y el cansancio hicieron el resto.

“¿Le gustaría que le fuera muy bien?” volvió a decir el hombre sin mover los labios.
Vicente miraba al frente, no quería ver, no podía moverse, pero algo lo hizo mirar el espejo otra vez. Entonces vio el ojo rojo y vio que la boca del hombre se movía en una sonrisa que le detuvo el corazón.

Vicente se vio a si mismo en una casa grandiosa, vio a su mujer con joyas y vestidos caros, y vio a sus hijos felices jugando con muchas cosas caras, y vio una flota de vehículos que trabajaban para él. Vicente vio abundancia, luego vio opulencia, luego se vio a si mismo frente a un espejo… y un ojo rojo brillaba en él.

Vicente estaba en su taxi, había avanzado varias calles sin darse cuenta, y el hombre seguía sonriendo por el espejo retrovisor. Vicente se detuvo rápidamente.

“Baje”, dijo Vicente con toda la firmeza que pudo reunir.
“¿No quiere llegar hasta el final?” preguntó el hombre sin hablar.
“No, quiero que se vaya ahora” dijo Vicente.
“Está bien” dijo el hombre que ya no sonreía “pero todas las decisiones tienen consecuencias” agregó.

“Lo se, es por eso que no lo quiero en mi auto, baje ahora”.
El hombre volvió a sonreír, pero Vicente notó cierta ira en la sonrisa. Luego no fue necesario abrir o cerrar la puerta, el hombre ya no estaba.

Vicente llegó a su casa y no pudo dormir bien en mas de una semana.

A los pocos días, el auto presentó problemas mecánicos, luego problemas eléctricos, de neumáticos y otras cosas, los pocos días que funcionaba bien, Vicente paseaba por las calles de la ciudad como un fantasma, la gente no parecía verlo, paraban a los autos que estaban a su lado pero a él nunca.

El vehículo terminó en un cementerio de autos, las partes que se vendieron como repuestos siempre le dieron problemas a sus nuevos dueños.

Los hijos de Vicente crecieron felices y saludables, se casaron y llenaron a su padre de nietos. Vicente siguió trabajando tranquilo pero con esfuerzo durante muchos años y hoy disfruta de la tranquilidad y de la compañía de su esposa y familia.

Cada vez que se miraba al espejo, sonreía con satisfacción… no por vanidad, si no por paz.

La Sombra del Segundo piso


Mi abuelo paterno, fue un hombre fuerte y en varias ocasiones bastante duro, a pesar de eso, nadie puede culparlo, en la época en la que creció, o eras duro o no hacías mucho que digamos y con los 12 hijos que tuvieron con mi Abuelita, creo que había mucho que hacer.

La Familia de mi papá llegó al cerro la Pólvora de Concepción a construir lo que seria el hogar de la familia, literalmente, desde los cimientos.

Esto implicaba transformar un pedazo de cerro arcilloso y duro, en un terreno horizontal sobre el cual poder construir, lo cual requirió mucho trabajo de parte de mis abuelos y de sus hijos mayores, entre los que se contaba mi papá.

Luego de unos meses se construyó la casa y más tarde se agregó el segundo piso, el que incluía tres dormitorios, uno para los 6 varones, y los otros dos para las 6 hijas. Sin embargo, antes de que nacieran mis últimos 4 tíos, uno de los dormitorios femeninos lo ocupó mi bis-abuela, la mamá de mi abuelo Ramón, y por lo que tengo entendido ella falleció en esa pieza.

Aunque nunca supe nada particularmente curioso respecto a ese echo, el asunto es que mi Abuelo nunca más subió al segundo piso de la casa, con hijos grandes ya no había mayor necesitad, cualquier reparación la podrían hacer ellos.

Esta historia me la contó mi papá, y desde entonces siempre me da un escalofrío estar en esa escalera que da al segundo piso de la casa de mis abuelos... Creo que a mi papá le pasa lo mismo.



Ramón volvió del trabajo, era un hombre grande y fuerte, que desde el amanecer al sol estaba desarrollando alguna actividad física, por lo que sus manos eran capaces de romper una nuez sin el mayor esfuerzo. Luego de dejar el carretón bien guardado y sacar el arnés a su caballo, subió a su casa para poder comer algo y descansar.

Como buen hombre de esfuerzo, Ramón rara vez demostraba sus sentimientos, generalmente no se sabía si estaba molesto o simplemente era ceñudo por naturaleza, pero las últimas semanas habían sido duras. Generalmente trataba de restar importancia a las cosas que no tuvieran que ver con poder llevar comida a la mesa y vestir a la familia, pero el fallecimiento de su madre definitivamente era algo que podía marcar su ánimo, aunque jamás reconocería sentirse mal o particularmente triste.

Sin embargo no había vuelto a subir al segundo piso, donde falleció su mamá y esto lo alteraba un poco, si nunca se había sentido deprimido, menos había sentido miedo en su vida y eso era al parecer lo que experimentaba cada vez que trataba de mirar esa escalera.

Esa escalera que había construido con sus propias manos, ahora era un lugar que tenia que evitar con la mirada cada vez que entraba o salía a su pieza, ya que la entrada coincidía con los primeros escalones.

Para los niños no era mayor problema, aunque solían transitar en silencio por el lugar, más por no alterar el carácter del padre, que por el luto reciente, subían bajaban por el sitio sin mayores problemas. Para Elba, la esposa de Ramón, tampoco había motivos por el cual estar más sensible en particular, su suegra era una mujer mayor, seguramente descansaba junto a Dios en este momento.

Ramón se dio cuenta que era el único en sentir hielo frío cada vez que miraba en la escalera, el día en que Luis (el mayor de sus hijos hombres), tropezó en el segundo piso y se golpeó fuertemente en la rodilla, todos escucharon el grito de dolor, pero solo Ramón no subió a ver lo que pasaba. Después de gritar para asegurarse que no era más que un golpe, volvió a la mesa a tomar su café, se sentó en la mesa y esperó en la soledad a que su familia volviera.

Sólo Elba intuía lo que pasaba, pero como esposa fiel, jamás comentaría algo que pudiera provocar cuestionamientos a su marido, y sin que éste se diera cuenta lo observaba, con precaución cada vez que él estaba en la casa.

Un viernes, seguramente de invierno, Ramón cortaba leña en el patio interior, mientras Elba calentaba sopa y café para servir a los hijos que volverían de la escuela, era uno de esos rarísimos momentos en que no había nadie más en la casa. Cuando Ramón levantaba el hacha y concentraba la vista en donde asestaría el golpe, no pensaba en nada más que en el fuego que ese trozo de lecha daría a la estufa, por lo que sus oídos solían estar inconscientemente atentos a cualquier boche que saliera de lo común.

Un suspiro tocó su cuello cuando bajó el hacha.

El golpe se torció y golpeó el piso pedregoso, haciendo que se doblara la mano, Ramón se incorporó para voltearse y reprender a Elba, que al parecer se había acercado a hablarle algo. Pero estaba solo en el patio, sus atentos oídos le dijeron que Elba aún estaba preparando las cosas para cuando llegaran los hijos, ni si quiera había salido a comprar.

"Entonces, ¿qué fue eso?", Pensó Ramón, aún mirando al rededor, fijó sus ojos en la dirección por donde le llegó el suspiro, y sintió el hielo frió nuevamente, estaba mirando a una puerta abierta, que daba a la entrada de la escalera.

Esperó unos segundos, con la mirada firme y ceñuda, soltó el hacha y caminó hacia la entrada, al llegar al lugar, sin dejar de sentir el hielo en su espalda, Ramón juntó sus fuerzas y levanto la vista, para mirar el final superior de la escalera. Luego sus ojos se dilataron, trató de gritar, pero no le salió la voz.

Elba preparaba las cosas, alinear 10 tasas en una mesa para sus hijos, su esposo y ella, era toda una hazaña (no tenía idea que en el futuro tendría que colocar 14 con la llegada de los últimos retoños, y luego más con la llegada de los yernos, nueras y nietos). Entre teteras y ollas, observaba a Ramón cortando leña, cuando tenia que poner los ojos en otra parte, también sus oídos le informaban que todo estaba bien, pero ese último golpe nunca lo sintió, había visto a su esposo levantando el hacha y tuvo que ver una olla que hervía y que necesitaba revolver. "Seguro que golpeo el suelo en vez de la madera" pensó, entonces se asustó, su esposo jamás fallaba un golpe cortando leña. Se detuvo a observarlo desde la ventana, y lo vio detenido mirando la puerta abierta que da al segundo piso. "¿Qué es lo que vio?", Pensó sin moverse, cuando Ramón caminó hacia la puerta, instintivamente ella empezó a avanzar por la cocina con la intención de preguntarle si estaba bien.

Elba llegó al pasillo y luego cruzó una pieza que era como una bodega para cajas y bultos, siempre estaba oscura ya que no le llegaba luz por ningún lado. Al abrir la puerta que daba al pasillo de la escalera, vio su esposo agarrado con sus dos brazos del primer escalón, con el resto de su cuerpo, oculto por una pared, como si estuviera sobre el resto de la escalera hacia arriba. "Subió y se resbaló", alcanzo a pensar Elba, cuando vio que su marido la miraba desesperado.

En realidad parecía como si Ramón estuviera sujetándose para no caer... hacia arriba. Elba corrió hasta él y vio con horror que los pies de su marido flotaban como si un tornado estuviera tratando de succionarlo hacia el segundo piso. Un tornado que ella no sentía, durante un segundo de parálisis se dio cuenta que esta fuerza que se quería llevar a su esposo, no la afectaba, ni siquiera sus amplias faldas parecían moverse ante lo que a su vista era un viento colosal.

¡Elba!, grito Ramón, sacándola de su reflexión. Ella, con todas sus fuerzas, lo tomó por los hombros y trató de jalarlo en dirección contraria, deseando que ese viento no se ensañara con ella también.

Fue cuando la sombra apareció, era como un circulo, un embudo negro que tomó forma sobre el último peldaño de la escalera, Elba pudo ver que estaba delante de la pared del pasillo que llevaba al dormitorio de los hombres, y siempre la recordará como lo más oscuro y siniestro que vio en su vida.

"Dios, sálvanos, que no nos lleve, que no se lleve a Ramón", pensó Elba con fuerza. Sin embargo sintió que la sombra succionaba con mayor energía a su esposo.
Ramón no hablaba, tenia los ojos abiertos y sentía que mientras aguantara y no mirara la sombra de la escalera, en algún momento esta se iría.

Entonces empezó a llorar, las lágrimas salían de sus ojos y saltaban, cayendo dentro de la sombra. Ramón no recordaba cuando había sido la última vez que había llorado, ni siquiera para el entierro de su mamá. Elba que estaba concentrada en no perderlo, no se fijó, pero si lo hubiera visto habría sido la primera vez desde que lo conocía.
Ramón sentía que le fallaban las fuerzas, que Elba no podría resistir mucho más, entonces, cuando ya perdía la esperanza y mientras su última lágrima viajaba hacia la sombra, de su boca salió una palabra.

Elba escuchó algo parecido a "..erdón", y sintió que la sombra desaparecía, tanto ella como su esposo, salieron disparados al patio, ya que la fuerza con la que jalaba tuvo efecto por fin.

Se quedaron un rato tirados en el patio, recuperando la respiración, y solo reaccionaron cuando algunos de sus hijos llegaron de la escuela. Estos al verlos se extrañaron pero no se atrevieron ha hacer preguntas, sus padres nunca les dijeron muchas cosas, con los años, lograron construir lo que pasó en base a la unión de los pedazos de la historia.

Elba nunca preguntó a Ramón que es lo que dijo para que la sombra se fuera, Ramón nunca mencionó, agradeció o comentó el asunto, pero siempre sintió un escalofrío cada vez que tenia que pasar por ese lugar.

Por supuesto, nunca más subió por esa escalera.

Bienvenida

En la búsqueda de sentir que sigo el camino al que me llevan las letras, creo este blog para publicar todas las historias que no tienen otra categoría más que "cuentos", esperando que los disfruten y comenten.

Un enorme abrazo a todos, desde el fondo de mi corazón.

Andrés Olea.