lunes, 22 de noviembre de 2010

La Última Reunión

Audilia se levantaba todos los días a las seis de la mañana, prendía fuego en su estufa a leña, ordenaba sus cosas y saludaba a los fantasmas que la pasaran a visitar.

Salvo contadas excepciones, esta era la rutina mañanera de Audilia durante los últimos 40 años, casi desde que su primera nieta aprendió a caminar. No importaba el clima, no importaba como se sintiera, ni quien la acompañaba. Simplemente sus ojos se abrían cada mañana y comenzaba con su rutina.

Le sorprendió una mañana encontrar que solo tuvo que saludar a un fantasma, según lo que me contó más tarde, era un viejito de varios siglos de edad, que se había vuelto fanático del aroma al café de trigo, que Audilia tenía siempre listo para hervir a un lado de la estufa. Una vez el anciano había suspirado largamente al lado del café de trigo, le contó que la falta de visitantes se debía al nacimiento de un nuevo miembro de la familia.

Mi Abuelita…¿les comenté que hablo de mi abuela materna?… en fin, Audilia sabía casi desde que nació que los espíritus que la visitaban habían sido sus ancestros o serían en el futuro algún descendiente, y que solían reunirse todos cuando alguno de ellos estaba a punto de encarnar.

- Ojala sea hombre - dijo Audilia - las niñitas sufren tanto -.

Este machismo horroroso de mi abuela se debe principalmente a que durante toda su vida vio como los hombres podían cometer graves errores que luego son perdonados por la sociedad, mientras que las mujeres pagaban muy caro cualquier tipo de indiscreción, al punto que algunas simplemente se perdían. Esta era una realidad tan indiscutible, que mi abuela terminó creyendo que así no más tenían que ser las cosas.

El anciano le explicó que todos habían ido a la encarnación, muy entusiasmados pero que él prefería revolotear sobre el vapor del café de trigo.

Cuando sonó el teléfono Audilia contestó mientras veía con el rabillo del ojo como el anciano se desvanecía oliendo el café. Durante la conversación con su hija que vivía en Puerto Montt, muy lejos al sur, mi abuela no dejaba de pensar que quizás en donde estaría encarnando un nuevo pariente, rodeado de tantos espíritus.

- Quizás de que semilla perdida viene este pariente - dijo en voz alta.
- ¿Qué cosa mamá? - preguntó mi tía al teléfono.
- Nada hijita - exclamo mi abuela, nerviosa por la metida de pata, para luego recuperarse y usar su tono de voz más manipulador - dime hija ¿me volverás a visitar antes de que me muera?

Mi querida Abuelita Audilia es todo, menos moribunda, cada vez que quiere conseguir algo, pone voz lastimera y dice “¿iré a tener tal cosa antes de morirme?”.

Les daré algunas frases como ejemplo, que ha usado, sobre todo con mi mamá:

- “Hijita, será que conoceré el Santuario de los Andes antes de morirme”.
- “Iré a tener una cocina nueva antes de morirme”.
- “Será que podré comer un asadito de pavo antes de morirme”.

Etc etc, estas palabras mágicas son más que suficientes como para que tanto mi mamá, como el resto de la familia, se ponga en acción para cumplirle todos sus caprichos.

Después de terminar la larga lista de quejas que tenía, sobre sus huesos, su salud, su abastecimiento, la falta de leña y lo caro que estaba todo, mi abuela le dijo finalmente a mi tía que en realidad estaba de lo más bien, así que mejor no se preocupara. Luego de asegurarse de que no había ningún fantasma intruso mirando, fue a ducharse para comenzar por fin ese día, que prometía ser de lo más cotidiano.

Pero no sería así.

Si bien la mañana transcurrió rápida y monótona como le solía pasar habitualmente, durante el almuerzo, mi abuela volvió a ver al anciano que olía el café de trigo y que le informó de una reunión de urgencia donde no solo llegarían familiares y que tendría como ubicación su propia cocina.

La situación complicó a mi abuela enormemente, ¿Qué le sirves a un montón de espíritus? Mi abuela, que siempre ha sido una gran anfitriona, decidió que ya que los espíritus no comían, pero si podían atravesar olores para sentirlos, cocinaría varias cosas, en pequeñas cantidades sobre la cocina a leña, para que los incorpóreos visitantes degustaran a discreción.

- Tal vez prefieran que yo no esté presente - dijo mi abuela al anciano sobre el vapor de café - pero si no vigilo las cosas de la cocina, solo sentirán olor a quemado -.
- Mejor te quedas - dijo el anciano - además, te preguntaremos algo importante -.

Eso si que era una sorpresa, acostumbrada desde niña a ver gente flotando por todos lados, aprendió de una cachetada que recibió de su patrona a los 10 años, que no debía señalar ni con el dedo ni con la mirada la presencia de los fantasmas, y de estos, aprendió a escuchar lo que decían entre ellos y de vez en cuando recibía sus anuncios y advertencias, pero, en sus 87 años de vida, nunca, nunca le habían preguntado nada a ella.

- ¿Preguntarme a mi? - dijo con asombro Audilia.
- Bueno, más que preguntar, queremos que nos ayudes a tomar una decisión - dijo el anciano que luego se desvaneció.

Nuevamente sola, mi Abuela se detuvo a pensar en la poca información con la que contaba para el evento que venía, puso varias ollas sobre la cocina, una con café de trigo, ya que sospechaba que el anciano no era el único fanático de ese aroma, en otra preparó sopa de pollo, en otra puso a cocer un trozo de carne, puso a calentar leche y preparó un poco de masa para freír y otro pedazo de masa lo tiró dentro del horno. Colocó 3 de sus fragantes rosas en un jarrón al lado de la virgen que estaba en el rincón y ordenó lo que pudo deseando que no llegara ninguno de sus parientes vivos a interrumpirla, ya que no con todos compartía los detalles relacionados con los fantasmas.

Poco a poco, fueron apareciendo las visitas, de distinta forma, los más glotones se aparecieron directamente sobre los vapores de comida, otros atravesaron las paredes y saludaron a mi abuela con respeto y agradecimiento. La mamá de mi abuela, mi bisabuela Domitila, llegó directamente a colocarse sobre la virgen del rincón, para impregnarse del dulce aroma de las rosas de su hija. Mi abuela estaba contenta de ver a su mamá otra vez, que desde que murió la visitaba cada varios meses, y se extrañó de que no le pidiera un informe detallado de cómo les estaba yendo a sus locos descendientes. Observando con cuidado mi abuela vio que su madre llegaba muy orgullosa y que el puesto sobre la virgen del rincón era algo así como un asiento de honor.

Otra de las sorpresas fue la llegada de Yolanda, comadre de mi abuela y madrina de matrimonio de mi mamá, que si bien no era familiar sanguíneo, no quiso perder al oportunidad de saludar a su amiga de años.

- Comadre - le dijo Yolanda - ¡ni le digo lo que se está cocinando! -.
- Comadre, me hubiesen avisado que venía - contestó mi abuela - habría puesto lentejas a coser, para que sintiera el olor -.
- Mejor se fumaba un cigarrito comadre - suspiró Yolanda con nostalgia.
- No comadrita, mire que aún ocupo mis pulmones.

Cuando todos hubieron llegado, una de las de apariencia más joven se adelantó a hablar, era una mujer mapuche que fue asesinada por los españoles en la época de la conquista y por lo que mi abuela sabía de ella, en vida también veía a los fantasmas.

- Estamos acá para anunciar un pronto nacimiento en la familia, este nacimiento es importante por que a esta niña, si es una mujer, tendrá importantes decisiones que tomar -.

Mi abuela pestañó un par de veces, tal vez esperando que la joven mapuche (joven en apariencia nada más), le dijera algo más.

- Esto tiene que ver con su familia comadre - le dijo Yolanda.
- ¿Mi familia? ¿Voy a tener otra bisnieta? - preguntó mi abuela.
- Si - dijo la mujer mapuche - pero eso no es todo -.
- Hija - dijo mi bisabuela - cada varias generaciones en nuestra línea de sangre, nace alguien que tiene que tomar importantes decisiones que afectarán a varias familias cercanas.

Mi abuela había aprendido con los años que la palabra familia abarcaba mucha más gente de lo que se creía en forma habitual, que prácticamente todo el mundo era en parte familia, así que el término “varias familias cercanas” podía implicar a miles de personas.

- Nuestra línea de sangre - dijo mi bisabuela, más para el resto de las visitas que para su hija - transporta varios dones que vienen de la madre tierra y los reparte entre nuestros descendientes -.

Mi abuela , se dio cuenta que su madre estaba más pregonando de orgullo que de afán informativo, lo que le dio mucha risa, ya que pocas veces se ve a un fantasma haciendo alardes de grandeza.

- Ver y hablar con los espíritus, llamar al viento o la lluvia, la predicción, la interpretación de los símbolos, la sanación y cocinar, son características que los integrantes de mi línea de sangre han tenido desde mucho antes de la muerte de Millantun - dijo mi abuela señalando a la mujer mapuche.

- Audilia, tú bisnieta tendrá alguna de estas capacidades, pero estamos acá para pedirte algo que tienes que entregar voluntariamente a tú bisnieta - dijo Millantun.
- No entiendo, ¿Qué quieren que entregue? - preguntó asustada mi abuela.
- Creemos que sería bueno para ella que nos pudiera ver y hablar - dijo Millantun - de los vivos de tu línea, eres la única con el don completo (otros solo tienen sensaciones parciales), y a tu bisnieta no le corresponde tenerlo a no ser que tú renuncies a tú capacidad -.

- ¿Y cuando tendría que hacerlo? - .
- Ahora - dijo mi bisabuela - tendría que ser ahora, en el caso de que decidas hacerlo.
- No es obligación - dijo el anciano sobre el café de trigo - es más, algunos no estamos de acuerdo del todo con la situación -.
- ¿Por qué? - .
- Bueno - agregó el anciano - la última vez que pusimos demasiados huevos en una canasta, las cosas no salieron como las teníamos planeadas - varias miradas se dirigieron a Millantun.
- Audilia - dijo la mujer mapuche - tener grandes decisiones que tomar implica tener que hacer grandes sacrificios, pero hacerlos vale la pena, yo se porque te lo digo -.

- Hija - dijo mi bisabuela - tú puedes pasar tu capacidad en vida, porque tú bisnieta nacerá de una mujer que nació de una mujer que nació de ti, si ella no llegara a tener descendencia habrá que esperar varias generaciones para que nazca otro familiar con el dón completo.
- Creemos que ella podrá enfrentar mejor las cosas con nuestra experiencia - dijo Millantun.
- Tú no podrás vernos nunca más - dijo el anciano del café - lo que entregas lo pierdes para siempre.

Mi abuela no había pensado en eso, no verlos nunca más, perder el contacto con sus antecesores, su pequeño secreto que la hacía sentir especial se perdería, las conversaciones, las advertencias. Estuvo a punto de decir que no, hasta que vio la foto de Lucía.

Lucía una de sus nietas, su favorita, una mujer fuerte que contrariamente al machismo de mi abuela, había conquistado su corazón y le había dado ya 2 bisnietos. Lucía no era de las más dotadas con capacidades raras en la familia, pero su fuerza y determinación la hacían un pilar fundamental para todos, aún hoy.

“Nace de una mujer que nació de una mujer que nació de ti”.

- ¿Lucía tendrá otra hija? - preguntó a Millantun.
- No, es de otra de tus nietas - contestó la mujer mapuche.
- No importa, lo haré, mientras más fuerte sea mejor, las niñas sufren tanto -.

Mi bisabuela se levanto de su puesto de honor y se acercó a su hija.
- Echaré de menos nuestras charlas - dijo - pero vendré de ves en cuando a mirarte, estaré sobre la virgen del rincón.

Todos los fantasmas hicieron gestos de despedida, Yolanda mandó saludos al nieto de su corazón, mientras el anciano, algo molesto, revoloteaba sobre el vapor de café. Millantun se acercó a mi abuela y le dijo.

- Gracias, tatara, tatara, tarata nieta, cierra tus y di en voz alta, “entrego mi regalo y mi amor a aquella que vendrá”.

Mi abuela memorizó la frase, miró a todos alrededor y cerró lo ojos.

- Entrego mi regalo y mi amor a aquella que vendrá -.

Durante unos segundos esperó a que pasara algo, luego abrió los ojos y miro a su alrededor.

Estaba completamente sola.

Cuando se enteró de que su nieta Natalia estaba embarazada, mi abuela me contó esta historia.